26/04 – por Wem Marcos Wertheimer
Ayer Clarú cumplió su primera semana. Siento como si ya hubieran pasado años. La intensidad de la vivencia de estos días, hacia el amor y hacia el miedo, es bastante indescriptible.
Nacer en un momento tan excepcional tiene también sus particularidades. Por primera vez, desde que somos globalizados, el mundo está detenido. En medio de lo detenido, Clarú irrumpe -la vida no se detiene ni ante la inminencia de la muerte.
A pesar de lo previsto, nació en un hospital. Y el hospital era como un campo de guerra. Guerra contra las enfermeras, que estaban particularmente paranoicas con el tema del virus. Guerra, también, contra el virus, contra lo invisible. Estábamos en nuestra habitación-trinchera, intentando contener a Clarú de la locura general que se respiraba. Construyendo, sí, una necesaria burbuja de amor y de canciones. Afuera, el peligro. En el adentro inventado del amor, una precaria protección.
Después de dos días y medio que parecieron meses, volvimos a casa. Y en casa, el amor, la ternura. Mamiferear de sol a sol, de luna a luna. Entregarme a su olor sagrado, dejar que me inunde de algo tan antiguo, algo para lo cual incluso la palabra amor se siente poco. Es algo anterior. Algo animal, ancestral y divino al mismo tiempo. Sentir tu cuerpito, hija, tus olores, tu piel en contacto con la mía. Sentir a la vida naciéndose, una vez más.
Casa es otra burbuja, una un poco más grande, un poco más eficaz en tanto burbuja. Casa es el territorio donde el amor se mueve libre, donde podemos acompañarte con tus ritmos y los nuestros, aprendiendo a relacionarse.
Pero llega un vómito, y otro, y otro, y vuelve el miedo. ¿Estaremos haciendo algo mal? ¿Tendríamos que hacer algo? Empezamos a contactar gente, amigues xadres, la puericultora, amiga médica, la pediatra. Todes nos dicen que es super normal, que no hay nada de que preocuparnos. Me relajo un poco. El miedo ante la posibilidad de no saber acompañar a esta criatura cala hondo. Es casi pánico. En el hospital era lo único que había. En casa, irrumpe por primera vez. Dura una hora o dos, de no entender nada, de temblores. Casa también es un refugio precario. Hasta que el amor se reestablece. La confianza entera y absoluta en tu viaje. Viaje que no siempre va a ser cómodo, no siempre se va a sentir bien. Lo sé, hija. A veces tocará atravesar grandes incomodidades. Ya atravesaste el primer gran umbral -el parto. Y acá estás, con esas sonrisas que tirás, apenas con una semana de vida, coloreando el infinito. Acá estás, vida vibrante. Acá estás, Clarú. Y también está la muerte, desde el momento cero.
Además del coronavirus y tus vómitos, esta semana murió una amiga. De un día para el otro. Y no, no fue el coronavirus, fue la leucemia. La gente sigue muriendo, en general de otras cosas y no de covid. Me enteré el jueves. Ella se enteró el domingo de que tenía leucemia, y el martes murió. Dicen que en el cajón estaba sonriente. No lo dudo. Maby era así. Al principio me incomodaba eso en ella, siempre tan optimista, siempre tan amorosa. Después supe también que tuvo una infancia muy dolrosa. Y supe que ese amor era genuino en vos, Maby.
Si algo puedo decir de esta primera semana, es esta intensidad, este viaje entre el amor y el miedo. Este estar rozándome constantemente con el misterio de la vida y de la muerte. El Gran Misterio, vibrante, latiendo en tu cuerpito, Clarú, hija del amor y del misterio. Gracias por darnos con tu olor tanta magia. Y gracias por abofetearnos un poco, como para que sigamos aprendiendo cada día, un poco más, a confiar.
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