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Luna nueva en Géminis, 22/5/2020, 14:39 hrs (UT-3)

por Wem Marcos Wertheimer

 

Si quisiera escoger un símbolo propicio para asomarnos al nuevo milenio, optaría por éste: el ágil, repentino salto del poeta filósofo que se alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad contiene el secreto de la levedad, mientras que lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, piafante y atronadora, pertenece al reino de la muerte, como un cementerio de automóviles herrumbrosos.”

Italo Calvino

Se acerca la luna nueva en Géminis, y el regalo de poder desprendernos de la gravedad para recordar el juego y la risa de existir. Géminis nos trae el color de la inocencia: salirnos de nuestro paso pesado, de nuestras rígidas ideas, y abrirnos a ver el mundo con la curiosidad del niño. En esta cuarentena, esto no parece dato menor. Nuestro paisaje acotado nos puede llevar a una sensación de estancamiento. Y, sin embargo, el mundo es también un universo danzante de partículas subatómicas en constante movimiento y cambio.

¿Cómo es mirar de nuevo este paisaje cotidiano como si nunca lo hubiéramos visto? Sentir intriga y entusiasmo por cada color, por cada forma, por cada posibilidad. Porque Géminis abre también el infinito abanico de posibles. Porque Géminis sabe que cada instante contiene infinitas semillas para infinitos futuros posibles. Y la Luna Nueva geminiana es un llamado a reconocer todas estas semillas. Reconocer que tenemos en nosotres infinitas semillas, además de esa planta que día a día regamos creyendo que es la única.

Pero para reconocer nuestras múltiples semillas, nuestra posibilidad de sembrar nuevos jardines, necesitamos también reconocer nuestra liviandad. Como dice Italo Calvino, descubrir que la gravedad contiene el secreto de la levedad, y que esta levedad nuestro contacto directo con la alegre vitalidad.

¿Qué es reconocernos leves?

No es un esquivar las profundidades y los dolores, no es vivir en un mundo de fantasías. Parecería que tiene más que ver con un entrenamiento en un modo de percibir. Reconociendo el aire entre nuestros pies y el suelo en cada paso. Reconociendo el dulce ritmo de la vida y de los astros, esta sinfonía, esta danza.

Reconocernos leves es, también, reconocer que somos a penas una caricia. Nada más y nada menos que una caricia, en un momento y en un lugar en medio de la eternidad del tiempo y el espacio. Reconocernos leves es reconocernos un soplido, un hálito de la infinita danza del cosmos.

Y, sin embargo, esta levedad es nuestra posibilidad más preciada. Porque entonces, la planta que siempre regamos deja de ser tan importante como creíamos. Porque entonces, podemos descubrir esta multiplicidad de semillas, estos infinitos rumbos que existen para descubrir, para redescubrir. Y no hace falta irnos lejos: cada día, cada minuto, cada instante, es un nuevo rumbo. La misma sala en la que hoy estamos cada día, casi sin salir, puede ser un nuevo rumbo. No pasa por irse lejos, sino quizás por acercarse un poco más. Sonreír, y mirar de nuevo ese objeto, esa mirada, ese espacio, ese instante. Mirarlo como si nunca hubieras visto algo. Dejar cualquier respuesta, y moverte inocente en la pregunta: ¿de qué se trata hoy esto de vivir y de crear? ¿De qué me entero cuando me acerco a este momento?

Como dice también Calvino en su hermoso libro “seis propuestas para el próximo milenio”, es gracias a las alas en los pies, a esa liviandad, que Perseo puede vencer a la medudsa, a lo que Nietzsche llamó “el espíritu de la pesadez”, su único enemigo.

Y cuando vi a mi demonio lo encontré serio, grave, profundo, solemne: era el espíritu de la pesadez- él hace caer a todas las cosas.No con la cólera, sino con la risa se mata . ¡Adelante, matemos el espíritu de la pesadez!  dice Fede.

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