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Llegó Aries, fase de comienzos. Después de salir de los océanos piscianos de confusión, de procesar múltiples niveles de información a la vez, y de ir soltando lo que necesita ser soltado, entra el Sol en Aries y nos trae la pregunta:

¿qué nuevos caminos querés crear?

En Aries entramos en contacto con toda la fuerza de nuestro de deseo, con nuestra potencia creadora. Son tiempos para romper la inercia, para movernos de esos lugares estancos que ya ni sabemos por qué estamos sosteniendo. Y jugárnosla. Porque no hay ninguna certeza de nada cuando seguimos el camino de nuestro deseo. O bueno, sí, hay una sola certeza: que estaremos siguiendo el camino de nuestro deseo. Y quizás esa sea certeza suficiente. No importa del todo a dónde nos llevará, no importa si las cosas saldrán como esperamos o no. Solo importa si estamos dejando que el fuego sea nuestro guía. Ese calor que nace del vientre, que nos empuja. Aunque muchas veces la razón diga que no va por ahí. Aries es mucho anterior a la razón.

¿Cuánto te atrevés a confiar en ese calor? Y entregarte a ir en la dirección de eso que te enciende. Sea lo que sea. Si te enciende, ese es el camino, dice Aries.

Pero claro, todas las defensas de nuestra cultura racional se levantan. Que si seguís ese calor hacés cualquiera, que si te entregás al instinto vas a ser un animalito, que cuidado con tanto descontrol.

Y ahí está nuestro desafío. De recuperar esa criatura salvaje que hace tanto tiempo dejamos olvidada, reprimida en el fondo del inconsciente humano. Recuperar esx salvaje que conoce su camino, y que es capaz de vivirlo de lleno. Aún sin certezas de con qué se encontrará. Aries es atreverse a vivir en concordancia con esa verdad que brota de las profundidades del vientre. Incuestionable. Inargumentable. Pero, ay, mierda, ¡qué cagazo!

Y así, con cagazo y todo, tocar este calor, y dejar que este fuego nos lleve. Y si a alguien no le gusta, que no le guste. Si alguien no está de acuerdo, que no lo esté. Poco importa ahora.

Aries es momento de afianzarnos en el calor de nuestro deseo, y correr el sagrado riesgo de entregarnos a su guía.

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