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No llegué a ponerle palabras a la Luna Llena en Libra de ayer. Es que anduvo ahí, con sus buenas sacudidas. En oposición a la conjunción del Sol, Venus y Quirón en Aries, puso sobre la mesa una de las preguntas más intensas que me recorren, y que creo que es una de las preguntas más intensas y urgentes que tenemos hoy para hacernos como especie: ¿cómo nos relacionamos en el reconocimiento de nuestros deseos diferentes?

Este encuentro del Sol, Venus y Quirón, abre nuestras heridas en relación a esta pregunta. Va justo ahí donde el veneno duele. Y es que, a primera vista, ante deseos diferentes reconocemos solo dos tendencias: imponer o ceder. Discutir hasta que uno de los deseos pasa por encima al otro. Y así vamos deambulando por la vida, cediendo o imponiendo.

Cada quien creo que conoce su tendencia: si es de quienes tienden a ceder, o si es de quienes tienden a imponer. Luna llena en Libra nos puso sobre la mesa la necesidad de reconocer estos patrones. Y empezar a abrir preguntas ahí donde duele, ahí donde el veneno puede ser también la medicina.

¿Qué otras posibilidades hay que no sean imponer o ceder? ¿Cuánto espacio tenemos para conversar con lo diferente, para escuchar el deseo que difiere del propio, sin por eso ceder el propio? ¿Podemos permitirnos el calor de una confrontación pero sin creer que nuestro lado es la posta?

Es que creo que ahí está la cuestión. Ya sea que cedamos, o que impongamos, pareciera que la sensación de fondo es la misma: si hay diferencia, es porque un lado debe de ser correcto y el otro incorrecto. Un camino el acertado y el otro el errado.

En la perspectiva compartida por la Astrología y el Tantra, esto es diferente. Cada diferencia es “correcta”, cada lado que percibe la vida tiene para revelarnos uno de sus aspectos. No hay percepciones erradas y otras acertadas; solo hay diferentes modos de percibir esta maravillosa danza, en la cual cada danzarín tiene un registro singular del devenir. Entonces, la pregunta sería: ¿podemos abrirnos a una conversación donde ambxs tengamos “la razón”, aunque sintamos, percibamos, deseemos y digamos cosas diferentes? Y, si así fuera, ¿puedo escuchar lo que esa diferencia está deseando y percibiendo?

Ni ceder, ni imponer: habilitar la escucha de cada singularidad, y de cómo nos vamos entramando. Aunque entramarnos signifique también la posibilidad de diferencias “irreconciliables” o, más bien, de aspectos que hoy simplemente necesitan más distancia.

Y ahí entramos en la segunda gran complejidad de este tema: la creencia de que para vincularnos tenemos que co-incidir. Y que, si en algún momento los deseos nos llevan por caminos diferentes, fallamos, la relación falló, la relación se acabo. Y en algún punto es cierto: ninguna relación es “para siempre”. Por mucho que duela.

La herida de lo diferente pone de manifiesto el profundo anhelo que llevamos en lo hondo de nuestra estructura mamífera de coincidir, de pertenecer, de ser parte de una manada. Asociamos todo esto a protección.

Traer lo diferente es entonces encontrarnos con la posibilidad del quiebre. Del salirnos de la manada. Poner en juego nuestro verdadero deseo se siente riesgoso. Y, para la parte dispuesta a hacer lo que sea por pertenecer, lo es.

Pero la relación, dice Luna llena en Libra, no se basa en la pertenencia, sino en el aprendizaje. Ir aprendiendo en cada paso de la danza, sobre la danza singular que somos. Y si esa danza nos acerca hasta que nuestros cuerpos se penetren, que nos acerque. Y si esa danza nos aleja hasta que ya no nos podamos oler más, pues que nos aleje. Aunque nos duela. Aunque nos desgarre.

Poner a conversar diferencias es abrirnos a que la relación es una danza que no controlamos. Que nos lleva con una inteligencia propia. Entonces, el veneno se transforma en medicina. La discusión en confrontación con escucha. El ceder y el imponer se transforman en una danza, donde nos podemos mover en una articulación sinfónica. Donde de a poco los deseos, honrados profundamente en su diferencia, van aprendiendo a danzar.

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