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Foto @evieshaffer. 

Abrazar los Celos

Los celos son una emoción sumamente intensa. Tienen tanta mala fama, que rara vez los intentamos comprender, abrazar, acompañar. Simplemente los intentamos evitar o, por el contrario, los defendemos a toda costa, creyendo que realmente la otra persona es la culpable.

 

Pero tienen una raíz muy profunda: los celos los comenzamos a sentir cuando a los 8 meses empezamos a sentirnos separados del cuerpo de nuestra madre. En ese momento, la relación de nuestra madre con cualquier otra persona se transforma en una amenaza. Un nivel en nuestro cuerpo registrará ese vínculo como la posibilidad de muerte y abandono. Si mamá no nos da atención porque tiene su atención puesta en otro lado, entonces mi vida está en riesgo, mi refugio y mi nutrición. 

 

Hoy en día es muy obvio como, cuando mi pareja o yo abrazamos a otra persona, Clarú, nuestra hijita de un año, lo sufre. Muchas veces se queja o, si es por un rato, puede empezar a llorar. 

 

Los celos son entonces una emoción sumamente primaria. Están en lo más profundo de la entraña. Dan cuenta de este temor de muerte que emerge al entrar en contacto con la sensación primal del abandono, de la pérdida del refugio y la nutrición.

 

¿Y entonces? ¿Qué hacemos con esto?

 

Primero que nada, creo que es fundamental ir aprendiendo a actualizar nuestros registros vinculares. Porque si bien de bebites era inevitable sentir que, si mamá o papá retiraban su atención, mi vida estaba en peligro, esto no es real en nuestras subsiguientes relaciones. En el cuerpo del bebé, mientras toda nuestra sensibilidad se está desarrollando, esto es sumamente real. Pero no de adultes. Le otre no es necesariamente tu fuente de refugio ni de nutrición. Tu vida no depende de esa relación. Cada quien tiene absolutamente todos los recursos para valerse por sí misme. 

 

Esto no significa que no duela. Duele, y en la entraña está la memoria de abandono primal encarnada. Entonces, en ese instante en que los celos brotan como fuerza indomable, empezar a abrazarlos. O tal vez no en el momento, porque la intensidad de la entraña es incontenible. Pero ir generando espacio para procesarlos, para abrazarlos. Para asumirte y validarte así, celosx. Y solo entonces ir comprendiendo que los celos son el síntoma. ¿Y qué hay detrás de ese síntoma?

 

Está el temor al abandono, que da cuenta de ese nivel nuestro que cree que sin le otre no puede sobrevivir.

Entonces, se abre una posible dirección para el laburo con los celos:

Comenzar a desarrollar el autoapoyo. La consciencia de nuestros propios recursos para acompañarnos, amarnos, nutrirnos, gozarnos, protegernos, alegrarnos. Retirando todo esto del otre, y empezando a desarrollarlo en nosotres mismes.

Y esto no quita que le otre pueda ser por momentos fuente de alguna de estas cualidades. Y que está buenísimo que así lo sea. Solo que, si todo esto lo ponés en tu pareja, tu amigue, tu familiar, o quien sea, los celos en esa relación son inevitables. ¡Y fijate vos el peso que le ponés a la otra persona, si esperás que sea elle quien te proporcione todo esto!

Como niñes era inevitable. Como adultes, tenemos una posibilidad. Y nadie dice que sea fácil. Es un proceso arduo, lleno de altibajos, de resistencias, de molestias. Pero creo que más molesto es continuar viviendo en la codependencia.

 

Esto vale tanto si considerás que sos celosx, o que tu relación lo es. A nivel sistémico, lo importante es que los celos están sucediendo en esta relación, no importa de qué lado estés. El laburo de comprensión del síntoma y de su posible elaboración se desarrolla siempre de modo vincular. 

Abriendo el espacio para la conversación genuina, vulnerable y abierta. Donde ambxs pueden nombrarse con sus miedos y dolores. Ese territorio de seguridad vincular es gran parte del camino de maduración de nuestros celos. 

 

Y es sumamente posible que en un nivel nunca desaparezcan. La cuestión no pasa por “alcanzar una vida sin celos”, sino por estar comprometidxs en su elaboración. Como dice un sutra en el Tantra, “el intento ya es el éxito”.

Escrito por Wem Marcos Wertheimer, consultor e investigador astrológico

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