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El cuerpo no miente. Eso que sucede ahí, en los cuerpos, es la información más genuina que podemos tener de la relación. Pero asumir lo genuino nos puede resultar aterrador. Por eso, mejor sostener mandatos y coreografías, aunque lejos estén de satisfacernos. 

Los cuerpos pueden estar cerrados, pueden estar asustados, pueden sentir rechazo ante ciertas circunstancias. Poner al cuerpo en el lugar de objeto nos permite la fantasía de poder controlarlo. Y ahí vivimos, presxs de esa fantasía de una mente que controla a un cuerpo. 

Pero pocas veces advertimos el gran sufrimiento que implica sostener esta fantasía.

Sufrimiento, básicamente, de estar en nuestra contra. Mientras el cuerpo puja por manifestar su verdad, invocamos las maravillosas técnicas que hemos aprendido para reprimir su verdad. Creer firmemente mandatos que no sabemos bien de dónde vienen, creer que el otro es primordial, o que mis modos del placer no son legítimos… o simplemente el dolor, esa herida que nuestro erotismo trae consigo desde hace tantos milenios.

El cuerpo no miente. Y el cuerpo muchas veces tiene miedo. Tiene miedo de soltar el control, porque cuando lo soltó se encontró en presencias violentas, abusivas. El tema es que sin entrega no hay placer.

Así es como la vida se va estrechando, y vamos estando cada vez más lejos del placer simple del mero estar existiendo. 

Tantra es recuperar este placer de respirar, este placer de comer, este placer del contacto. Este placer de un corazón que late, no importa qué hagamos o dejemos de hacer. Pero no hay placer sin entrega. Y para poder entregarnos, primero necesitamos recuperar una confianza que fue violada muy de pequeñxs. Porque carecimos de educación somática, porque domesticaron los cuerpos manteniéndolos sentados, pudriéndolos de a poco. Porque en el cuerpo están todas las fuerzas de lo vivo, esas que siempre fueron y seguirán siendo indomables para la sociedad. Y esos cuerpos podridos son también territorios propicios para la violencia -tanto para ejercerla como para recibirla.

Recuperar la posibilidad de entregarnos. De a poco. Confiando en que ahí a nuestro lado hay alguien que no quiere herirnos. Que nos puede acompañar. Que nos va aprendiendo a amar. Recuperar la confianza como único camino posible a recuperar el placer de existir. La confianza en un otrx, la confianza en nosotrxs mismxs -apoyada en poder nombrar nuestros límites y nuestros deseos. Y, en última instancia, el amanecer de una confianza en lo profundo de la célula, una que dice que somos parte del sagrado movimiento de lo vivo.

Sabiendo que no es de un día para el otro. Que implica un larguísimo viaje. Que la herida es muy profunda. Pero también lo es el amor.

Escrito por Wem Marcos Wertheimer, consultor e investigador astrológico

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