En general, vivimos nuestras relaciones a partir de una polarización que cristaliza dos extremos:
o me abro completamente a vos, y me pierdo de mí
o me cierro completamente, y me pierdo del encuentro.
Cuando no percibimos la infinita gama intermedia que se abre entre estos dos polos, no nos queda otra que ir rebotando entre estos dos cual pelotita de ping pong.
Casi inevitablemente, esto empieza a generar un gran temor a vincularnos,
que a la vez va de la mano de un gran deseo:
me muero de ganas de abrirme al encuentro pero,
como creo que la única forma es perdiéndome,
lo evito a toda costa.
Hasta que el deseo es más fuerte. Algo se abre.
Pero como no conozco otra forma, me pierdo, confirmando el temor.
Tarde o temprano, me vuelvo a cerrar.
¿Y qué otra posibilidad habría?
Primero, comprender en el cuerpo lo doloroso de sostener este patrón.
Solo entonces, empezar a probar algo diferente:
¿Cómo es abrirse al encuentro, sin perder la consciencia de tu centro?
Presente en vos, ir graduando la apertura, pudiendo abrir y cerrar, paulatinamente, en relación con lo que en cada momento vas necesitando, pudiendo y deseando -y lo que le otrx va necesitando, pudiendo y deseando.
Empezar a trazar vínculos, presente en lo que la relación está trayendo,
sin perder el estar en vos
conectadx y enraizadx.