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Hay una coreografía que suele repetirse una y otra vez en nuestras relaciones de pareja:
la danza entre el lado antidependiente, y su apego evitativo
y el lado dependiente, y su apego ansioso.

Para el lado antidependiente, el problema de la relación suele ser que hay mucho apego.
Lo que necesitan es más distancia, más aire, más libertad.

Para el lado dependiente, el problema de la relación suele ser que hay mucha distancia.
Lo que necesitan es más intimidad, más contacto, más cercanía.

Esto es algo que vengo viendo hace muchísimos años en muchísimos procesos de pareja que voy acompañando: cómo estos dos se encuentran SIEMPRE. Incluso suele pasar que, de vez en cuándo, los lados cambian de personajes: quien estaba en el lado antidependiente, pasa al lado dependiente, y viceversa. Pero los lados polarizados permanecen.

Esta configuración, cuando se da, genera muchísimo sufrimiento.
Parece increíble que tengamos un registro tan diferente de la relación. Como si viviéramos en planetas totalmente diferentes.

Cuando estamos presxs de uno de estos lados, lo primero que necesitamos hacer es comprender que esto es una configuración. Es decir que, por alguna razón misteriosa, inevitablemente un lado implica el otro. Hay algo que les magnetiza, algo por lo cual se atraen profundamente, y terminan siempre emparejados.

Entonces, ¿cómo salirnos de este patrón?

Es que no hay ningún patrón del cual salir. En principio, necesitamos reconocernos en este patrón. Habitarlo. Y hacer el profundo e intenso trabajo de escucharnos. De reconocer que el registro de cada lado es igualmente legítimo, válido y valioso.

Sí, ambxs están sintiendo algo real sobre la relación.
Entonces, en la escucha, empezar a descubrir en qué nota cada unx el “error” de la relación.
Y entender que no hay error. Que la relación es la que es. Que, simplemente, ante el temor que da el abandono, el rechazo y, en última instancia, la inevitable transformación, cada unx está reaccionando de una forma diferente.

El lado dependiente, ante este temor, cree que lo que hay que hacer es estar lo más cerca posible, cerrarse sobre sí mismxs, para que ningún evento externo, en un mundo tan lleno de imprevistos, afecte el vínculo.

El lado antidependiente, ante este temor, cree que lo que hay que hacer es no apegarse, es no tener intimidad para no generar tanto afecto que después, a la hora de la inevitable transformación, duela demasiado.

Cuando entendemos esto
el vínculo puede empezar a madurar
entendiendo que en ambos lados existe el miedo
y que el vínculo puede ser también una plataforma de confianza compartida
donde nuestras vulnerabilidades pueden ser escuchadas y acompañadas.

Entonces, inevitablemente, algo de la reacción puede bajar un poquito su intensidad,
cuando nos sentimos recibidxs en nuestras diferencias pero, al mismo tiempo, no las defendemos, entendiendo que detrás de ellas vive simplemente un niñx totalmente aterrado ante el rechazo, el abandono, la inadecuación. Y ante el hecho inevitable de que toda forma, tarde o temprano, se transformará. Y nunca sabemos, en el fondo, qué camino tomará.

Pero sí podemos sembrar en el hoy un espacio vincular capaz de acompañar cualquier transformación. Y eso implica un compromiso total con lo auténtico y amable del estar compartiendo, cerquita, vulnerables, pero también con nuestros espacios de vitalidad individual.

Acompañarnos, a la distancia justa que vamos pudiendo cada vez,
este viaje en el misterio.

 

El 2 de diciembre vamos a compartir un taller de Tantra para parejas. 

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