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Lo único que hacemos es tapar. Con comida, con medicamentos, con palabras, con silencios. Como sea. Lo que sea, con tal de no sentir.

Y claro, si nunca tuvimos espacios seguros donde expresar nuestras emociones, ¿por qué iba a ser diferente?

El tema es que la anestesia solo nos puede llevar a un camino: una vida anestesiada.
¿Y cómo es una vida anestesiada?
Es una vida gris, opaca.
Una vida que necesita cada vez más intensidad para tratar de sentir algo
-es loco, ¿no?
El miedo a sentir nos insensibiliza, pero a la vez deseamos sentir.
Entonces, experiencias cada vez más fuertes, con tal de que algo nos pase.

Y lo único que necesitamos es soltar las armas, las armaduras,
y dejar que el instante nos atraviese.

¿Cómo?

Tan fácil como dejar de tapar. Con comida, con medicamentos, con palabras, con silencios. Como sea.

Dejar de tapar, para que la vida pueda ser a través nuestro. Aunque a veces duela, aunque a veces incomode, aunque a veces queramos tomarnos el palo -y a veces, efectivamente, lo hagamos.

Pero sí, sí, por favor, ¡sí a una vida sin anestesia!
A una vida plena de la intensidad misma de lo que está siendo
sin nada que buscar en otra parte
más que en la potencia de lo que está siendo
cuando lo dejamos ser.

Repito: no hay nada que hacer
más que dejar de hacer eso que hacés para anestesiar
-que puede ser casi cualquier cosa, hecha con ese fin.

Tal vez solo necesitemos espacios donde pueda ser recibido eso que brota cuando dejamos de anestesiar. Nada más, y nada menos.

¡Nos vemos en la intensidad de una vida genuina, corazones!

-tan genuina que también incluye momentos de anestesia.

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