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Autoretrato a través de plantas salvajes

El Tantra llegó a mi vida en un momento en que estaba atravesando una depresión muy fuerte. En verdad, llegó muchas veces, pero esa fue la vez en que llegó para quedarse. Venía de un período de haberme metido muy a fondo con la práctica del budismo. En esa práctica parecía que lo único que tenía sentido era meditar. Todo lo otro que le daba sentido a mi vida -el arte, el sexo, las relaciones, la filosofía-, parecía no tener ningún sentido. Solo meditar, observar la respiración. Hasta que de pronto, una mañana me desperté, y meditar tampoco tenía sentido. Entonces ya nada tenía sentido.

Me fui a lo de un amigo santafecino, que me acogió en su casa y me dijo: acá podés quedarte sin hacer nada todo el tiempo que necesites. Pasaron las semanas. Un día me dice: “vos tenés un don para tocar”. Tocar=Tantra, pensé. Me acordé de un taller que había hecho en algún momento. Y contacté, sin saberlo, a quien sería mi maestro los siguientes 3 años.

La primera práctica fue simple y contundente: tirarme a patalear. Días enteros de tirarme en un colchón a patalear. En esos tiempos, yo estaba muy pero muy identificado con el buenito. Mi energía vital estaba total y absolutamente contenida. Por eso la depresión, aunque todavía no lo entendía. No había vida en mí. Y así, en ese pataleo, de pronto, inesperadamente, un orgasmo. Un estado orgásmico. En esos tiempos, también, había pasado algo muy curioso con mi sexualidad: eyacular me dolía. Y de pronto ahí, en pleno pataleo, entre llantos y gritos, volvía el placer.

La fuerza vital me circulaba de nuevo. Ahí empezó un camino que ya no se detiene. Un camino que cada día me sigue enseñando del asombro, de la inocencia, de la intensidad, de la fuerza, de la rendición. Un camino que día a día me sigue enseñando que yo, así como soy, soy lo más sagrado. Que cada quien, justo así como es, es lo más sagrado. Con todas nuestras partes. Y que lo único que importa es día a día seguir reconociendo lo sagrado en cada emoción, en cada sensación, en cada gesto, en cada relación.

Y hace ya muchos años, descubrirlo en el acompañar a otros cuerpos a este despertar a su totalidad. Entre gritos, llantos, risas y orgasmos.

Bienvenidxs sean a este viaje!

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