Nuestros cuerpos de varón traen la huella del conquistador. Aprendimos que nuestra tarea es la de conquistar. O mejor dicho, que nuestro valor es proporcional a lo desafiante de la conquista obtenida. Así, la tierra y la mujer se transforman en objetos a conquistar. El éxito es el modelo del conquistador.
Conquistar una posición en la sociedad, dada por una imagen, un auto, una cuenta bancaria. Conquistar, sin más, al otro. Pasar por encima del rival. Triunfar.
La memoria está inscripta en el cuerpo. El automático gira alrededor de esta sensación, ya sea en la réplica ciega de las imágenes de conquistadores -pasados y presentes-, o en su rechazo. Así, en el cuerpo se desata una batalla: por un lado, eso que quisiera salirse de la imagen conocida del éxito; por el otro, eso que cree que en el vacío de estas imágenes solo anida el fracaso.
Conquistar, o fracasar.
Pero entonces, una nueva conquista: conquistar al conquistador, querer sacarlo del cuerpo. No es más que otro anhelo de conquista, no es más que el mismo mapa. Conquistadores queriendo ser conquistados.
No, el viaje nunca puede ser el del destierro. No hay conquista en el conquistar al conquistador. Solo nos queda una misión: asumir, sentir, observar. Asumir ese pulso ciego que en nosotros tiende a la conquista. Asumir el profundo sufrimiento que cargamos, al creer que de nuestras conquistas depende nuestro valor. Asumir el profundo sufrimiento que generamos, en esos cuerpos que conquistamos solo para enaltecer nuestro ego. Reconocer nuestra prisión de conquistadores.
Pero no, tampoco se trata de creer que el arquetipo del conquistador debe ser trascendido, erraciado. Hay mucha potencia para nosotros también en esta imagen. Mucho caudal expansivo. Pero sí, revisarlo. Al expandir, ¿qué estoy expandiendo? ¿Desde dónde estoy expandiendo? ¿Tengo en cuenta a aquellxs que se ven afectadxs por mi expansión, por mi conquista? ¿Contemplo eso que sacrifico para alcanzar el éxito? ¿Quién dicta lo que es triunfar?
El pulso expansivo del conquistador es absolutamente sagrado. Pero se quiebra, cuando de esto depende nuestro valor. Y cuando todo depende de ese valor personal, de ese que somos para el otro.
No, nuestro valor no depende de nuestras conquistas. El conquistador cae en el surgimiento de un valor más profundo. Uno que se da no por el costo de la conquista, sino por la riqueza de atrevernos a expresar lo genuino, a ser quienes somos.
Aunque, como decía, no se trata de erradicar al conquistador. Se trata de comprender en el cuerpo sus matices, sus potenciales y sus limitaciones. Asumiendo que también somos conquistadores, más evidente o más invisiblemente.
Reconocernos, sin juzgarnos, y sin jugarlo ciegamente. Es uno de los compromisos que hoy necesitamos asumir como varones.
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Les invitamos a la charla «El pulso salvaje – entre viejas y nuevas masculinidades», un espacio para varones cis donde reflexionar acerca de lo salvaje que nos compone, tejiendo una conversación donde exponernos con nuestras vulnerabilidades e incertidumbres, tejiendo entre todos respuestas provisorias hacia una nueva masculinidad.