M- Tristeza. Hoy me levanté sintiéndome triste.
S- ¿Cómo es esta tristeza, corazón?
M- Es como un tono muy bajo. Me quedaría todo el día en la cama, o mirando por la ventana.
Sí, es necesidad de que todo frene un tiempo.
Me siento en una vorágine donde no existe la posibilidad de frenar.
Veo mi vida hacia adelante, y solo veo más y más peso, responsabilidad. Y estoy cansado.
La sensación es la de querer que el mundo se detenga.
S- ¿Qué mundo querés que se detenga?
M- El de la hiperactividad, la hiperproducción, no sé. El de no parar.
S- ¿Y si ahora parás un momento?
M- Veo la belleza, también.
Hay una gotita colgando de una hoja en la ventana,
un ave descansando en la parte más alta de un pino.
Y recuerdo mi ciclicidad.
Que siempre tengo momentos en que llego a este estado.
Y después simplemente vuelve el deseo de accionar, de crear, el lado más fuego.
S- Tal vez sea este entonces un momento para simplemente estar,
confiando en este ritmo que te constituye,
en la coherencia de este ritmo con el ritmo del Cosmos.
Tal vez eso sea la tristeza:
una invitación a detenerse en el simple flujo,
sin certezas, sin expectativas, sin camino,
en el simple estar en lo pequeño, en lo blando.
¿Podés dejarte contener por la caricia constante de la tierra,
por el sonido del viento,
por la mirada silenciosa de los pinos?
La tristeza también es tierra fértil para nuevos renaceres.
M- Suena a un buen plan.
Con ganas también de que se despierte Clarú, de entregarme a ese juego constante.
De hoy simplemente estar.
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