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Ese día me había levantado temprano, con una sensación de enrosque en la cabeza. Salí a tomar unos mates, rodeado por el bosque de pinos en el que me encontraba.

Alejandro, que estaba nadando en la pileta, vino y se sentó conmigo a tomar unos mates.

—Ando sintiendo una fuerte dualidad —le dije— como si por un lado estuviera el Misterio, vibrando de intensidad y belleza, y del otro lado las preocupaciones cotidianas carcomiéndome el bocho.

—¿Y quién dijo que en la preocupación cotidiana no está morando el brillo del Misterio? Atrevido, apasionado, fulgurante.

Me invitó a que diéramos un paseo por el bosque.

—En la teoría lo entiendo, re. Pero después…

—El miedo— dijo.

—Sí, es como si el miedo me desorbitara.

—Ahí. Frená. Justo ahí.

Frené en seco nuestra caminata. Sentí la tierra debajo de mis pies descalzos, y el arrullo matutino del bosque.

—Este miedo ¿de qué está hecho?— me preguntó.

—De expectativas catastróficas… que no me van a dar los números, que voy a tener que laburar el triple, que voy a fallar… y así.

—¿Y en tu cuerpo?

—Se siente apretado. Chiquito. Como todo lastimoso.

Realmente sentía mi cuerpo así. Como si estuviera desconectado de la tierra. Sintiendo que hasta los árboles sentían pena por este pobre hombre, cansado de la crisis económica y la vida adulta.

Dejó pasar un tiempo. Su presencia agudizaba este estado de ser consciente de todo lo que iba sucediendo en este cuerpo, que se sentía cada vez más débil.

—Ahí te perdés muchísimo. En esa autocompasión que te encanta. Acá hay un movimiento posible. ¿Lo ves?

—Lo veo— dije.

Y como movido por una fuerza extraña, sentí que era indispensable hablarle directamente a este miedo.

—Te veo, temor.
Te reconozco.
Te veo en los ojos de mi padre, de mi madre. En los ojos de mis ancestros y ancestras.
Te veo. Y elijo otro camino.

Elijo crear, anclado en el Espíritu,
en la pasión del corazón amante,
sabiendo que, en el fondo,
es un juego.

Al hablarle al miedo, sentí cómo una raíz brotaba de mis pies. De nuevo el peso, la gravedad. De nuevo la fuerza.

Ale me invitó con el cuerpo a que retomemos la caminata.

Mientras caminábamos, me dijo que el miedo es un gran instrumento. Que no se trata de excluirlo, sino de ubicarlo en su lugar.

—El miedo puede ser hermano del control y la preocupación, o del coraje.
Tomando sus contracciones como signos del espíritu que permiten frenar,
y reconocer si el camino es o no en esa dirección.

Si no lo es, si era solo un llamado de la imagen,
el miedo te permite frenar a tiempo, y soltar ese camino ajeno.

Pero si es el camino del corazón, el temor es simplemente una invitación al coraje.
Así, vibrando de miedo, avanzar,
sucumbir ante el llamado del misterio
y dejar que el espíritu te guíe.

Sus palabras me atravesaban entero.
Pero, aún así, seguían apareciendo números, preocupaciones.

—¡Hacelos parte! —me dijo—. Si este es el camino, el Misterio solo puede confabular a tu favor. Pero esto no siempre es lo que el ego supone favorable. Ahí aparece esa víctima infumable.
A veces la confabulación del Misterio es plantearte desafíos para que revises y afines tu contacto con el corazón de lo vivo.

El camino de expandir el Tantra en este mundo, al mismo tiempo que vivís la experiencia de paternar, de compartir una familia, una crianza, incluye también simplemente dejarte de joder, y sentarte a hacer números.

Así de simple:
eso también es el Espíritu. También es el Corazón.
También es parte de lo que te va a permitir tomar las decisiones necesarias.
Ahora sí.
Mi mente estaba silenciosa.
Sabía que esa tarde me esperaba un excel lleno de números, para ordenar cosas de la escuela.
Pero algo de esa autocompasión constante se había desvanecido.

El silencio del bosque nos acompañó de regreso a casa, donde Clarú ya se había despertado. Me entregué a jugar con ella un rato, sabiendo que más tarde tendría que ponerme a hacer cuentas.

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