31/3/20 – De corazón abierto a corazón abierto
Por Wem Marcos Wertheimer
La pantalla ya cansa mucho y la ausencia de cuerpo se empieza a sentir. Por momentos me olvido de que todo esto es por el virus. Recién hablábamos con una amiga por teléfono de lo extraño que es esta capacidad que tenemos para normalizar todo. Si siguiéramos así un mes más, tal vez nos olvidemos definitivamente del virus, y simplemente asumamos que esto es la vida. ¡Como si no hubiéramos hecho ya terribles normalizaciones de tantas cosas aberrantes!
Tal vez vayamos en esa dirección cual robots, tal vez nuestros cuerpos vayan olvidando el contacto. O tal vez esto sea una necesidad de recordar nuestros cuerpos como territorios de lo sagrado.
Hoy, que todavía nos es extraño esta novedad coronavirus-cuarentena, podemos aprovechar tal vez para reconocer todos los tipos de aislamiento e insensibilidad que ya hemos naturalizado.
Es que nuestra fantasía de autonomía es ya un primer nivel de naturalización de algo muy curioso. Ese que nos lleva a querer realizarnos más allá del contexto, como si tal cosa fuera posible. Esta ilusión de que somos un organismo total y absolutamente separado de su ecosistema.
Una de las cosas a las que nos invita este aislamiento forzoso es a reconocer cuán aisladxs ya estábamos.
Hace ya tanto tiempo que empezamos a ver el mundo y a lxs otrxs como simples objetos de los cuales puedo disponer para mi propia satisfacción egoica. Entonces, ¿qué chances tenía de encontrarme con un otrx? De re-unirnos en la presencia de cuerpos abiertos. No, los cuerpos ya hace rato que están cerrados e infectados.
Ahora parece que con el virus cada gesto de contacto es un gesto de contagio. Un abrazo, una caricia, un beso, tienen al ladito el riesgo de la muerte y de lo incontrolable. Un cuerpo abierto, hoy, parece un cuerpo irresponsable y contagioso -lo mismo que sucedió con nuestra sexualidad a partir del SIDA.
Y esto no significa que entonces salgamos a abrazarnos y promover un virus que también es real. Simplemente me parece fundamental reconocer todo lo que este virus nos revela. Es que creo que en realidad hace muchos muchos cientos de años que venimos viendo el cuerpo como el territorio del pecado y de lo impuro. ¿O me equivoco?
Lo que hoy vivimos, el virus psicocorporal, más allá del biovirus, creo que tiene mucho que ver con los receptáculos sobre los que esta idea cae; receptáculos que, de distintas formas, tienen instaurados en lo profundo que cuerpo es sinónimo de muerte. Lo curioso es que, en algún punto, es así. Estar presentes en el cuerpo es darnos cuenta también de que nos vamos a morir. Es darnos cuenta de toda nuestra vitalidad, y de que la vida siempre es vida-muerte.
Todavía es imposible saber lo que vendrá después del virus. Si se afianza la pantalla como único modo de contacto humano sano y posible, o si finalmente nos hartamos de esta comunicación fría y distante y nos atrevemos a correr el riesgo de realmente encontrarnos, en esos encuentros que siempre ponen en riesgo nuestra supervivencia -o al menos siempre que haya amor. Porque tal vez el amor siempre fue eso, una invitación a transformarnos -y transformarnos es morir.
Hoy toca aislarnos, toca enpantallarnos, toca imaginarnos -volvernos imágenes a través de una pantalla. Y creo que toca también reflexionar profundamente acerca del contacto humano, ese que tanto venimos castigando, que tanto venimos evitando. Ese que transformó a lxs otrxs en objetos-pantallas a mi disposición. Creo que toca una profunda reflexión sobre la sensibilidad, el intercambio humano que solo puede suceder en la presencia -presencia que no está garantizada solo porque los cuerpos compartan un espacio.
Hoy toca no olvidarnos de por qué estamos aisladxs, y que esto se va a acabar, y que vamos a necesitar recuperar el abrazo y territorio sagrado del encuentro DE CUERPO A CUERPO, DE PIEL A PIEL, DE LENGUA A LENGUA. De corazón abierto a corazón abierto.