Las antiguas escrituras lo dicen. Ann, un ser andrógino -el uno-, se divide en dos -Shiva y Shakti- para comenzar una danza que crea la multiplicidad de lo existente. Este origen lo encontramos también en el taoismo, que dice que del vacío (Wu Ji) se crea el uno (Tai Ji), de ahí el dos (Ying y Yang) y de ahí todas las cosas. Estos ejemplos simbólicos remiten a una profunda dinámica de nuestro pisquismo: percibimos el universo a partir de polos.
Cuando comenzamos a preferir un polo, anulamos el opuesto. Lo negamos, lo rechazamos o lo proyectamos.
Así, vivimos en constante conflicto con quien en verdad somos, en estado de desacuerdo interior. Buscamos una vida sin muerte, o una evitación de la intensidad de la vida que bien se parece a la muerte.
El Tantra dice que para vivirnos plenamente necesitamos integrar estos aspectos polarizados de nuestra existencia. Es decir, abrirnos a fluir espontáneamente de uno a otro, en contacto con el requerimiento de cada instante.
La creencia de bien y mal, de positivo y negativo, no es solo una creencia mental: está inscripta en nuestras células, en nuestro ADN. Por eso, el proceso de desacoplamiento, que consiste en ir retirando el juicio a través del cual procesamos la cualidad, y el proceso de integración que luego se posibilita, requiere un largo proceso vivencial.
Este proceso incluye momentos de gran liberación que se pueden sentir en estados de placer intenso, así como en estados de dolor intenso, cuando nos damos cuenta de que también somos eso que tanto quisimos negar y proyectar.
En este filo nos movemos en el Tantra, al ir abriéndonos cada vez más a la vida en su totalidad. Que es, también, abrirnos a nuestra totalidad.