No hay nada más triste para el cuerpo que creer que ya sabemos algo. Cuando ya conozco a esa persona, a ese lugar, ya está. No hay más interés, no hay nada nuevo por descubrir. Entonces, esa relación se empieza a podrir. Se vuelve gris, gastada. ¿Y cómo podría ser distinto? Si ya nos conocemos.
El Tatnra es el arte del asombro. Y la primera propuesta es esta: cada relación es siempre un gran misterio. Acercarnos al otrx con inocencia es el mayor regalo que le podemos hacer al encuentro. Como si nunca nos hubiéramos visto, como si nunca nos hubiéramos tocado. Como si no tuviéramos ni idea de qué es tocar, de cómo es tocar. De cómo sienten estos cuerpos. De cómo se miran. De pronto, en esta inocencia puede nacer un interés. ¿A ver de qué se trata encontrarnos? Entonces, una vitalidad puede volver. Una intensidad deliciosa puede volver.
Muchos procesos en el Tantra empiezan por acá. Y, en verdad, no hace falta mucho más. Pero no es tan fácil. El yo temporal insiste en contarse que ya sabe de qué se tratan las cosas. Es que le aterra lo desconocido. Y si todo instante es una inmersión en lo desconocido, el yo cronológico viviría aterrado!
Esta inocencia es permitirnos descreer nuestra historia compartida. Y sumergirnos en el misterio de cada transcurrir. Danzar con el misterio del transcurrir de la relación. Danzarnos.
Me es inevitable sonreír mientras escribo esto. Porque conozco las travesuras del Yo Cronológico, que ya busca hacer de esto una receta. Pero el Tantra es siempre sin recetas. Es un constante desandarnos, para abrirnos con cada poro a la pregunta ¿cómo está siendo ahora el encontrarnos? Reconociendo que en cada momento es diferente. Sonrío porque es inevitable que el Yo Cronológico se vuelva a instalar como el único comandante de esta nave. Pero es tan delicioso cuando nos permitimos mandarlo a dormir un rato, y dejar que sea el Yo inocente, atemporal, el que comanda la nave del encuentro. Eso es todo el Tantra: el permiso para encontrarnos, en cada relación y en cada experiencia, con la frescura del recién nacide, y la potencia de quien es consciente de la muerte.