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El viaje de sanar

por Wem Marcos Wertheimer

Atravesar nuestras heridas

El fin de semana pasado, compartiendo la convivencia de la formación intensiva en masaje Tantra, se abrieron ante el contacto muchísimas heridas. Vuelvo a darme cuenta de que, para abrirnos a la fiesta de la vida, tenemos que atravesar el dolor guardado en nuestras células.

Porque el mismo cuerpo capaz de abrirse al placer y celebrar el misterio es aquel que fue abusado, reprimido y negado. Aquel que aprendió que habitarse placenteramente estaba mal y que sentir era síntoma de debilidad. Y esto no es nada nuevo: hace milenos que vivimos en este clima de pecado y de relaciones basadas en el intento de dominación y manipulación. En cada unx de nosotrxs está esta extraña ecuación, el encuentro entre las heridas personales y las colectivas. El cuerpo personal y el colectivo están sangrando, supurando llagas ancestrales en cada unx de nosotrxs.

Pero si no entramos en estas heridas, no nos queda otra que vivir desconectadxs. Siempre a la defensiva, intentando que nada nos roce. Porque cualquier roce puede llegar a abrir de nuevo las zonas lastimadas, que nunca tuvieron espacio para cicatrizar.

Es cierto: sin roce hay menos riesgo de dolor. Pero también se anulan las posibilidades de contacto, de amor y de placer. Nos creamos una coraza enorme para no sentir. Para que no se note que estamos aterradxs y lastimadxs. Y es comprensible: alguna vez dolió mucho, y no supieron ni supimos acompañar ese dolor. Y fue un dolor tan profundo, tan arrasador… ¡tiene sentido que temamos entrar ahí nuevamente!

En el proceso de ir abriéndonos de nuevo a la vida, todas estas heridas, alojadas en los cuerpos, salen a la luz. Y vuelven a doler. Volvemos a sentir tristeza, furia, frustración. Esa que tanto intentamos ocultar. Esa que todo el tiempo está latente, como un fantasma en cada relación. ¿Y cuál es esa sutil diferencia, que puede transformar la experiencia en sanación?

Creo que esa sutil diferencia, eso que sucede en los procesos que acompañamos desde el Tantra y la Astrología, es el amor. Generar contextos que nos permitan entrar amorosamente en estas heridas. Expresar los enojos guardados con golpes y gritos, llorar eso que no fue llorado mirando a los ojos a los miedos, sobre este telón de fondo de validación que todo lo acaricia y lo transforma.  Es que en el camino, el amor quedó en el terreno de la debilidad y los cuentos de hadas. Pero este amor no es uno de fantasías y unicornios. Es el amor a carne viva. El amor como un espacio seguro y sagrado donde podemos encontrarnos con cada una de nuestras partes, y abrazarlas. Esa es toda nuestra tarea.

Despejar la vergüenza

Muchas veces, cuando aparecen estas heridas, vienen de la mano de la vergüenza. Creemos que seguir sintiendo furias y dolores del pasado es síntoma de algo así como debilidad, o estupidez, o poca iluminación, o ¡vaya uno a saber qué historias se cuenta cada quién para no sentir! Pero asumir estas heridas, poder entrar en ellas, y poder compartirlas con aquellxs que te pueden validar y acompañar, es todo menos debilidad, estupidez o poca iluminación. De hecho, requiere de muchísimo coraje y sabiduría. Como las monjas que besaban las heridas de lxs leprosxs en la edad media.

No hay nada de que avergonzarse. Son heridas que nunca tuvieron lugar para ser sentidas y expresadas. Que no pudieron ser sanadas. Es que la sanación es solo eso: el permiso para habitarnos enterxs, con todo lo que fuimos y todo lo que somos. El permiso ser, sin máscaras ni ropajes ni nada. Respirarte enterx.

La sanación también requiere en muchos momentos del sostén de la tribu. De sentir esa red que nos contiene. . Y poder sentir este sostén depende, en gran medida, de que te atrevas a mostrarte enterx. Con tus fragilidades, tus miedos, tus deseos. Con todo eso que querrías que no se vea. Siendo exactamente quien sos. Y abrirte a sentir todo el ecosistema acompañando tu proceso. Cuerpos que se van abriendo juntos a la vida. Con cagazo, sí, muchísimo. Pero aprendiendo en cada célula el sabor de la confianza y de la entrega. Aprendiendo el gran sí que hay en el corazón. Atreviéndonos a soltar las armaduras, y descubrir el placer de dejar que toda nuestra existencia se rinda a la vida.

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