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Entre la agonía de la empatía iluminada y la esperanza radical desde la oscura periferia

Por momentos siento que la empatía está agonizando.
Veo lo que promueve Milei, ese tono de constante desprecio,
donde la escucha y el consenso se perciben como debilidad,
donde lo comunitario es solo un gasto innecesario y un curro
y una desesperanza lo impregna todo.

Pero -por suerte aparece un pero-
justo anoche, tomado por todo este dolor de lo colectivo y de lo íntimo, que van inevitablemente de la mano, me puse a leer “Esperanza en la oscuridad”, de Solnik, un libro indispensable. y me trajo una perspectiva muy muy rica para estos momentos:

el mundo es como un teatro:
en el centro del escenario, llenos de luces y de atención, están las personas poderosas:
políticxs, empresarixs, personas mediáticas.
Todo está diseñado de cierto modo que toda nuestra atención está en ellxs
y pareciera que nada más existe.

Las redes juegan extrañamente con ese efecto:
parece que aparece la pluralidad
pero el algoritmo en realidad solo nos lleva por los túneles de realidad que estamos percibiendo, nada más, y nada menos. Hace creer que el público es exactamente igual a estos protagonistas del centro del escenario.

Pero, mientras tanto, en la oscuridad de la periferia, otras cosas están pasando:
mientras la empatía agoniza en el escenario y en espectadores que idolatran a esos que están en el centro
en los rincones del teatro otros mundos se van gestando. A veces no lo vemos. A veces nos olvidamos. A veces incluso participando de esta trama silenciosa nos obnubila el centro de la escena.

Pero aquí estamos
artesanxs de poemas habitados,
cuerpos vivos y vibrantes, frágiles y danzantes,
aquí estamos
compartiendo el dolor y la rabia y la frustración y la potencia
compartiendo nuestras temblorosas humanidades
aquí estamos
en la periferia del teatro
cocreando otro mundo de posibles
donde la escucha es el don más sagrado
y la sensación de entramado el tesoro más preciado,
donde los cuerpos son templos salvajes
y la ternura y el abrazo el refugio necesario.

En otro libro que estoy leyendo en paralelo, Ailton Krenak dice que el camino es permanecer en contacto con el desastre y el silencio del mundo, juntos, al mismo tiempo. El desastre evidente, la crisis absoluta en la que estamos inmersxs. Y el silencio que descansa todavía en cada soplo de viento, en cada mirada de reconocimiento compartida, en cada criatura que participa en la gran danza de lo vivo.

Y dice también que no hay que huir del desierto.
Que los desiertos son parte.
Y que si vemos un desierto… pues entonces, atravesémoslo.

Acá, en la oscura periferia que a veces, al menos por un momento, nos permite Ver.

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