Miro a Clarú, mi hija de casi dos años
en toda su belleza.
Tan dulcemente salvaje,
tan inocentemente irreverente.
Tan ella,
con todo su deseo y su ternura danzando
en tan perfecta aromnía.
La miró con sus flecos rubios,
y sus ojos grises -uno de los cuales tiene un hemangioma-,
su cara llena de cacao
-casi siempre.
¿Cuántxs de nosotrxs habremos sido miradxs
con todo este amor?
Cuántxs habremos tenido este espacio para ser
con todo lo que somos
tan dulcemente salvajes,
tan inocemente irreverentes,
tan tiernxs y deseantes.
Y voy conectando con todo lo que fue pasando.
Cómo fueron imprimiéndose en nosotrxs
distintas imágenes que fueron
asustando la inocencia
domesticando lo salvaje
amargando la dulzura
limitando la irreverencia
hasta quedar tan durxs y castradxs.
Cómo fuimos aprendiendo a creer que algo en nosotrxs estaba mal,
mirarnos al espejo y ver eso que falta
o eso que sobra
y las cuchillas para cortar y el plástico para rellenar
hasta que no quede nada
de nada.
Sin culpables: solo generaciones y generaciones
de miedos que en automático
hacen todo por su supervivencia
y así
cada vez más
imágenes que nos dicen que deberíamos ser
eso que no somos.
Y no importa cuánto leamos
cuánto entendamos
que todo esto es una construcción
herencias patriarcales,
o sí, importa, pero en la panza
se sigue sintiendo esa incomodidad
al ver que me sobra grasa o me falta músculo
que me sobran o me faltan unos cuántos centímetros
de algo,
en fin
que me sobra ternura o que me falta valor
en fin: que algo falta o que algo sobra.
Hasta que un día
tal vez
una mirada
una caricia
nos permiten reconocer
que todo esto que somos
es tan
dulcemente salvaje
inocentemente irreverente
tiernx y deseante,
que somos
la sagrada danza de lo vivo
aprendiendo a danzarse y de pronto
todas esas armaduras inevitables que aprendimos
se derrumban
y solo queda
esta existencia desnuda,
esta belleza inevitable
de ser quienes somos.
Esa mirada,
esa caricia,
te está esperando
siempre a la vuelta de la esquina si estás
dispuestx a recibirla.
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Me gusta sentir que todo el Tantra se trata de crear escenarios para que aparezca esta mirada capaz de abrazarnos, de desarmar nuestras corazas, de abrir las puertas del corazón a la constante caricia de lo vivo.
El jueves que viene estaré compartiendo una charla gratuita donde abordaremos las dos grandes heridas de nuestra época: la banalidad y la falta de otredad. Darnos cuenta de que nuestra desconexión es la fuente de todo nuestro sufrimiento. Y que cualquier contacto profundo tiene el potencial de abrirnos de lleno al amor y al placer de existir.
Podés sumarte a esta charla gratuita haciendo click acá
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