Es que si digo que no soy una mierda, es que si establezco mis límites y mis deseos con claridad y contundencia me van a dejar de querer. Así habla la voz del cuerpo domesticado, inmerso en cordialidades donde ceder tiene buena prensa.
Mi profesor de filosofía describe el poder como “poder es poder poder”. Poder decir que sí, y decir que no. Ese es el único poder. Lo otro son desviaciones del poder, que se dan cuando esta capacidad y derecho básico queda inhibido por un entorno violento y represor.
Necesitamos recuperar la potencia que se aloja en nuestra capacidad de establecer con claridad nuestros límites y nuestros deseos. Poder comunicarlos.
Primero necesitamos reconocer donde está nuestro límite, nuestra necesidad, nuestro deseo. Y eso ya es un gran proceso. Es que muchas veces ni siquiera podemos reconocer esa excitación corporal que acompaña el cuerpo deseante, o el cuerpo movido por una necesidad. Tal es nuestro estado fusionante.
Respirar a nuestro tercer chakra por la boca, ir dejando que ahí se vaya sembrando la pregunta “hacia dónde quiero y hacia dónde no quiero ir hoy”. En esta relación, en este proyecto, en lo que sea. ¿Qué deseo?
Dentro del qué, se pueden abrir una gran variedad de posibilidades. Quiero o no estar en la relación, pero también quiero o no tal o cual aspecto de la relación. Quiero o no participar en tal proyecto, pero también quiero o no tal o cual aspecto del proyecto. Salirnos de una lógica binaria, para acceder a la compleja trama del deseo.
Entonces aparece también el cómo. No solo qué quiero y qué no quiero, sino también cómo quiero y cómo no lo quiero. La gama dual sí-no estalla en la multiplicidad.
Reconociendo los qué y los cómo de mi deseo, queda la necesidad todavía de validar esos qué y esos cómo. De reconocer como absolutamente legítimo cada uno de estos deseos, cada una de estas necesidades.
Y confiar en esa certeza que se aloja en el cuerpo. Confiar en eso que el cuerpo ya está diciendo.
El lenguaje del cuerpo es muy simple: se abre o se cierra, se contrae o se expande. Recuperar la confianza en este pulso, en movernos desde esta inteligencia.
Muchas veces creemos que hay deseos que no deberían estar. La fuerza del mandato, o de las lealtades al clan, suprimen las necesidades más básicas incluso, y los deseos diferenciantes.
Diferenciarnos de lo heredado y sumergirnos en nuestro camino singular es un riesgo, el riesgo que el héroe se atreve a recorrer, entre el temor y la fuerza, entre la duda y la certeza. ¡Y como aterra!
No se trata de movernos únicamente cuando algo nos es certero. Se trata, también, de tener el coraje de probar, aún sabiendo que puede que nos equivoquemos.
Ancladxs en una profunda confianza en la vida, dejando de lado los resultados y abriéndonos al viaje mismo de desplegar nuestro potencial, podemos también abrirnos al experimento de recorrer nuevos caminos.
Para esto, el espacio relacional necesita sentirse un lugar seguro. La confianza es una danza entre confiar en unx mismx y en el tejido relacional. Mientras de fondo se va constituyendo una confianza en la mismísima existencia, en que todo cuanto es, justo como es, es justo lo que estamos necesitando en cada momento.
Y sí, a veces duele. Pero hay dolores necesarios. Como el dolor del parto, cuando salimos de la comodidad del útero, a pura potencia, para adentrarnos en lo misterioso.
escrito por Wem Marcos Wertheimer, director de Casa Volcán