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Qué exquisita la infinita gama de sabores que nos regala esta existencia. 

Desde el sabor a mañana de lluvia, cuando todes todavía duermen y tenés un rato para no entender quién es la lluvia y quién es ese que se levanta, hasta el sabor a incendio apocalíptico en el fondo de una larga caída. Sabor a orgasmo, sabor a risa, sabor a encuentro, sabor a partida. Sabores conocidos y sabores desconocidos.

Sabor a tristeza y sus paisajes. Sabor a incomodidad de la que quiero escapar. Hasta que la descubro tan exquisitamente jugosa. Hasta que el jugo se acaba y ahora sí toca partir.

Experiencias de lo más jugosas y de lo más secas, de lo más dulces y de lo más amargas. 

Definitivamente vine a este mundo a saborear. A saborear este irresistible caos, a fusionarme en la saliva con cada fruto de la tierra, los permitidos y los prohibidos, los tubérculos y los tuberculosos. A saborear enfermedades y vitalidades, cimas y cavernas, océanos y orillas y sabor a piel desnuda que se reencuentra con el tiempo y sabor a arcilla viva moldeada por tus manos y ah! ¡Tantos sabores que no me caben en la lengua ni en las letras ni en el tiempo!

Sabor a mierda desbordante, sabor a ternura color pastel, sabor a autoritarismo putrefacto.

Tantos sabores posibles que solo queda el asombro por ese sabor que está acá, listo para ser saboreado. 

Nunca entendí a quienes persiguen siempre los mismos sabores, a quienes escapan de sabores por creer que ya con probarlo una vez alcanza. ¡Ni hablar de quienes no los prueban porque alguien les dijo que no!

Tantos sabores disponibles para probar, servidos en el gran banquete de existir. 

Y la confesión final: cada vez que saboreo algo, lo que sea, me reconozco en ese sabor. 

Soy todos los sabores de lo vivo, tanto como el inacabable saboreador.

Descubriendo el saber que estaba escondido en cada sabor

cuando saboreador y sabor se vuelven uno

y nace el saber de lo vivo

en mi extasiado paladar.

 

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En la búsqueda de lo gustoso y el rechazo de lo no-gustoso se fabrica el Yo. No es más que este desenfreno, este terror. Eso es el Yo.

Tantra es la apertura a saborear la totalidad de la existencia, dejándonos sorprender por la infinita jugosidad de cada sabor. Dejar de perseguir eso que me cuento gustoso, de huir de eso que me cuento no-gustoso. Y saborear cada instante. Este instante. Exactamente así como está siendo. 

Una vez que saboreo, entonces sí, puedo dejar que el placer me guíe. El del contacto abierto con el sabor de cada sensación, de cada emoción, de cada experiencia, de cada relación. Cuando lo saboreo, cuando descubro su jugoso saber, ahí sí, llega la posibilidad de moverme en el curso del placer que se despliega del presente. No en la idea previa de placer. 

Por ejemplo, normalmente nos queremos retirar de una experiencia que imaginamos incómoda o displacentera. El camino acá sería saborearla. Saborearla profundamente. Saborearla con todo el cuerpo, con la médula, con la lengua, con los genitales. Y, una vez saboreada con todo el cuerpo -lo cual puede tomar un instante o quince años-, ahí sí, dejar que el registro de lo gustoso marque el camino. Tal vez es incómoda, pero tan jugosa, que me quedo un poco más a saborear. Tal vez es incómoda, y ya no tiene nada de jugoso. Es solo la inercia del sabor conocido. Aunque ya es un asco. Entonces, gracias, y nos vimos. Ese es el reconocimiento que el agua y sus flujos tienen para ofrendarnos.

Escrito por Wem Marcos Wertheimer, consultor e investigador astrológico

Y te invitamos a la próxima clase gratuita que compartiremos el día viernes 23 de julio, de 19 a 21 hrs por Zoom, 

Tantra para todxs – honrarte justo como estás siendo Inscribite aquí

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