Aunque el 99% del tiempo estés en el enrosque, en el querer controlar, en el intento de manipular, en el terror, en el dolor… está también ese otro 1%. Y me parece muy valiente también atreverse a nombrarlo, a escucharlo, a sentirlo. Ese 1% de cuerpo-néctar que danza sus flujos de vida, que se abre como flor jugosa a dejar polinizar por todas las avejas-intensidades. Ese 1% que desconfigura todas las creencias, que redefine todo lo previo en el vértigo del placer.
No es negar el 99% que también somos. Sino darte el permiso para también honrar ese 1%. Que tal vez quiera ocupar más espacio en tus días. Que tal vez esté tan cerca del castigo, tantos siglos de asociar el placer a la posibilidad de golpe o de muerte, que el cuerpo también teme. Pero ese 1% es también un 100%, porque cuando estás ahí no hay nada más que esa danza suave, ese ser de la misma sustancia que esta brisa suave que nos toca.
Recuperar ese 1%. Dejarnos estar ahí. En ese placer que es pura potencia, en esa potencia que es puro placer. En el seducir a la existencia para que nos colme con su dicha. En el dejarnos seducir, y ser fieras sedientas listas para penetrar la sustancia de la fuente. En la danza de seducción que es existir. Así como los átomos se seducen a sí mismos, y por eso hay existencia. Así el juego eterno. Así el néctar desbordante de los cuerpos que se encuentran.
¿Podemos darnos el permiso de arder de deseo? ¿Y de provocar el ardor en le otre?
¡No, no es malo seducir ni desear! ¡Todo el cosmos es esa relación! Cada galaxia existe porque hay seducción y deseo entre todos sus componentes, que se orbitan incansablemente en el magnetismo de este pulso vital.
Sí, es cierto, en lo humano es distinto. Hay otras cargas. Seducimos muchas veces para destruir. Nos seducen muchas veces para destruirnos. Es cierto. Da miedo. Pero, ¿qué tiene de malo la destrucción, la muerte? Sí, seducir es invitar a una muerte. A un sacrificar niveles del Yo para dejar que el elixir del nosotres nos abra en mil pedazos, nos transforme cada partícula de piel. Como la estrella, que estalla en mil pedazos y crea galaxias. Es cierto, seducimos y destruimos y deseamos y nos dejamos destruir. Pero es en esa muerte, cuando podemos renacer a nuevas configuraciones, más abiertas, más intensas, más plenas. Más desnudas. Más néctar-cuerpos que se danzan en el abismo del misterio.
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