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Hasta hace no mucho tiempo, los varones heterocis blancos y occidentales eran los incuestionables dueños del poder. Mujeres, negrxs, originiarixs, lgtb’s, no tenían más que rendirse a su dominio.

Y, junto a ellos, sus valores de virilidad. Imponerse -a las adversidades y sobre lxs otrxs-, sentir y mostrar su poder, estar llenos de certezas. Nada de dudas ni de “debilidad”.

Los varones se sentían orgullosos de toda la fuerza de su falo, erecto, insensible, penetrante y siempre listo. Todos valores que llevan inevitablemente a una gran exaltación de la guerra y la competencia, como gestos de la evidencia del dominio de unos sobre otros.

Y aunque hoy en algún punto nos parezca más lejano, al menos acá donde vivo, en el círculo que frecuento (porque en otros lugares del mundo esto es igual que hace cien años), no poder responder a estos valores daba vergüenza. Las personas eran continuamente humilladas por no poder (inclusive los varones estaban presos del tener que siempre poder).

Pero hace varios años y cada vez más, estos valores vienen cambiando.
En mi crianza, sin ir más lejos, los valores dominantes siempre fueron los de la bondad y el amor. De hecho aprendí muy pronto que mi fuerza estaba mal. Mis primeras experiencias con la fuerza me llenaron de humillación y vergüenza. Y creo que esta es la experiencia de varios varones.

Varones que crecimos sin rumbo, modelados a la luz de una imagen de varón blando, orgullosos de nuestra bondad y nuestro amor, avergonzados de nuestro poder.

Mientras las mujeres y las minorías se iban empoderando, poniendo sobre la mesa valores que habían estado desterrados.

En este momento, tan necesario, de repolarización, los varones quedamos continuamente humillados. Cada vez que nos hablan de nuestros privilegios sentimos vergüenza. Cada vez que nos hablan del dolor que los varones han causado a lo largo de nuestra historia patriarcal, sentimos vergüenza. Asco. Que, al ser varones, inevitablemente recae sobre nosotros mismos.

Entonces, aparece un Trump, un Milei. Varones que expresan sin tapujos toda su virilidad. Que reivindican los valores del varón, que habían quedado desterrados. Y los cuerpos avergonzados sienten que pueden recuperar su poder y su orgullo.

Milei gana el voto de la juventud, no porque esté llena de fascistas, sino porque está llena de varones que han perdido el rumbo y necesitan reencontrar su poder. Y él se los devuelve, enorgulleciéndose de su capacidad de imponerse, mostrándose carente de miedos y de dudas.

Milei gana el voto de toda una sociedad que se sentía humillada. El trabajador que labura catorce horas por día, y se siente humillado ante “el planero” que gana sin hacer nada. El varón, cuestionado continuamente por el empoderamiento de las minorías, humillado por ya no saber su camino -una tragedia para cuerpos domesticados para tener certezas.

La derecha es la exaltación de la virilidad, siempre.
A principios del siglo XX, los facismos eran el reflejo de los valores de la sociedad patriarcal.
Hoy, las derechas son el manotazo de ahogado de esta misma sociedad patriarcal, que se niega a caer.

Pero no puedo más que entender.

En mi vida, recuperar mi poder fue absolutamente necesario. Para dejar de ser un nene demandante. Y convertirme en un ser responsable. Que no es buenito y ama por mandato. Sino que realmente puede dar al otrx, marcando también los límites y las distintas necesarias.

Y todavía sigue siendo un desafío, muchas veces, permitirme confrontar, permitirme anclarme en mis verdades, a la vez que honro mis infinitas dudas. Anclarme en mi fuerza deseante, a la vez que honro profundamente mis vulnerabilidades.

Creo que como varones -y como humanxs- necesitamos entrar en una nueva fase. Una de integración. Donde valoremos tanto la fuerza como la vulnerabilidad, la certeza como el no saber.

Una que ancle el poder personal, a la vez que se reconoce parte de un colectivo que le afecta y al cual afecta. Comprendiendo que hay individualidades y grupalidades marginadas que necesitan un espacio fértil para poder aparecer, crear y crearse.

Una donde lo valorable sea el espacio para darnos cuenta que cada quién, en su singularidad, con cada una de las partes que le constituyen, es absolutamente valiosx y necesarix para la trama humana y planetaria.

Una donde construyamos en la mutua legitimación. Y no en la constante anulación de la otredad, enalteciendo el propio orgullo -sea cual sea- a costa de avergonzar y humillar lo diferente.

Tu poder es valioso. Tu fuerza es valiosa. Tu certeza es valiosa.
Y también tu vulnerabilidad. Tus dudas, tu estar perdidx.

¿Podremos empezar a sentirnos orgullosxs también de nuestras heridas? ¿Orgullosxs cuando decimos “la verdad que no tengo idea”? Pero sin negarnos cunado sí la tenemos. Y sin negar que la herida es también el umbral hacia nuevas potencias.

Podría seguir horas escribiendo sobre esto, pero creo que se entiende.

¿Será utópico creer que esta perspectiva puede llegar a los lugares de liderazgo, que confabulan los valores de nuestra sociedad?

Suelo fantasear que doy talleres de Tantra o sesiones individuales para políticxs y grandes líderes. Que existe un espacio donde pueden bajar sus barreras. Escucharse. Hacer contacto. Sí, obvio, gran utopía. Pero me gusta mantenerme abierto a la posibilidad de que, tal vez, mi camino me lleve en esas direcciones, en algún momento, más temprano que tarde.

Si sentís que podés aportar a ese camino… acá estoy, listo para que cocreemos.

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