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El Tantra propone reestablecer nuestro contacto profundo con la vida en la presencia. Aprender a permanecer abiertxs en absolutamente todo lo que va siendo.

Esto a veces lleva a ciertas confusiones. No, no se trata de que entonces tengo que someterme a todo. Es, de hecho, lo opuesto al sometimiento. El gran Sí del Tantra incluye el no. El contacto profundo solo se puede establecer en la confianza. Y parte de la confianza del autoapoyo es poder confiar en el poder de nuestros límites cuando se necesitan manifestar.

El tema es que no dejamos entrar nada. Nos fuimos creando una armadura tan gigante, que no dejamos pasar nada. Por miedo al dolor, a la tristeza, a la frustración, a la ira o al miedo, no los dejamos entrar. Y cerrarnos a una emoción, sea cual fuera, es cerrarnos a la circulación de la vida en nosotrxs. ¡Hasta que creemos incluso que somos la armadura! Que somos únicamente los mecanismos con que reaccionamos a la realidad.

El Tantra propone entrar en contacto profundo con esta armadura. Sentir nuestra rigidez de armadura, nuestro frío de armadura, nuestro movimiento mecánico, ausente. Nos olvidamos de nosotrxs mismxs, de todo lo que hay debajo de la armadura. Nos negamos, nos reprimimos. Estamos en contra nuestro. Y no lo podemos encontrarnos si antes no tocamos con total presencia la armadura. Sentir su peso -que es el nuestro-, su dureza -que es la nuestra. Solo entonces podemos empezar a lenta y amorosamente, ver qué ocurre si dejamos esta armadura.

Tenemos resistencias. Y de nada sirve querer correrlas, aniquilarlas, transformarlas. El Tantra propone empezar siempre ahí adonde estamos. Si es en la coraza, que sea ahí. Acá. En el sentir de lleno la coraza, así como es. Asumirla, tocarla, sentirla, investigarla. No importa qué está atrás, no importa por qué me puse la armadura en primera instancia… solo habitarla, sentirla.

Y tal vez, de pronto, quiera ver qué pasa si empiezo a dejar partes de esta armadura. Al principio es muy posible que solo pueda dejar pequeñas partes, y solo en aquellos lugares donde veo que existe una confianza plena, donde sé que todo eso que se estuvo pudriendo debajo de la armadura va a ser bienvenido. Como las monjas de la edad media que besaban las heridas de lxs leprosxs. Solo el ecosistema del amor, del respeto, solo donde sé que puedo ser recibido con todo mi dolor, mis mambos, mi miseria, mi locura, solo ahí puedo atreverme a ir dejando de lado la armadura, y empezar a entrar en contacto también con eso que hay debajo. Al principio todo parecerá áspero, piel podrida, abandonada. ¡Al principio tal vez se sienta tan similar a la armadura! Pero de a poco voy aprendiendo a permanecer en contacto también con la piel seca, cada vez más profundo. Las costras empiezan a salirse. La piel debajo está tan excesivamente tierna. Sintiendo por primera vez el calor, el frío, la caricia. Se eriza hasta la médula. Las lágrimas bañan por primera vez el rostro, que las recibe como tierra árida en la cual llueve por primera vez después de décadas. En este estado, la sensación es de excesiva vulnerabilidad. ¡Todo lo que estaba protegido está expuesto! Y todavía no tiene una piel lo suficientemente fuerte para dejar afuera aquello que necesita quedar afuera. Es pura vulnerabilidad.

Con el paso del tiempo, si permanecemos en contacto, si no salimos corriendo directamente a buscar la armadura de nuevo -que suele ser parte de todo proceso-, podemos empezar a sentir cómo la piel se regenera. La diferencia entre la piel y la armadura es evidente: la armadura deja afuera todo. La primera piel que antes nombrábamos no puede dejar afuera nada (por eso necesita ecosistemas de absoluta seguridad, úteros que permitan la regeneración). Y luego, a medida que la piel se va regenerando, si permanecemos en contacto profundo, podemos empezar a registrar su maravillosa sutileza. Su capacidad de abrirse de lleno al éxtasis de una caricia, a la pasión de un beso, a la cosquilla del viento, al reposo del agua. Al calor del fuego. Y también su capacidad de cerrarse, de sacar la espina, de encostrarse en los pies para poder andar descalzxs en el monte. La inteligencia de la piel es tremenda. Y abajo de la armadura la olvidamos. Olvidamos toda nuestra belleza.

Hasta que la posibilidad de desnudarnos aparece. Empezamos a dejar, lentamente, que otrxs se acerquen. Que nuestra piel se encuentre con otra piel, ¡por primera vez! Al menos en la adultez. Podemos sentirinos, podemos encontrarnos con otrx, podemos llorar conmovidxs por el perfume de una flor. Podemos volver a respirar.

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